Construimos esta ciudad: El trabajo de los inmigrantes y la lucha por una ciudad de Nueva York democrática

12 de abril de 2013

El Presidente de HTC, Peter Ward, participó con el estimado Cónsul General de Irlanda, Noel Kilkenny, como orador en el banquete de celebración del Día de San Patricio del 27 de marzo, organizado por el Departamento de Registros de NYC y el bufete de abogados O'Dwyer & Bernstien, LLP, en honor a la fuerza laboral irlandesa de Nueva York.

Al mismo tiempo que Ward celebró el legado del trabajo irlandés, éste también advirtió que las “instituciones humanas, legales y sociales” que los trabajadores inmigrantes, tanto irlandeses como de otros países, ayudaron a construir durante el siglo pasado están bajo ataque. Ward dijo que actualmente los trabajadores tienen la responsabilidad de proteger el sistema de educación pública, el sistema universitario público, los parques públicos y todas las demás instituciones que son los pilares de una ciudad de Nueva York democrática. Peter concluyó su discurso recordándole al público que la lucha que iniciaron los trabajadores inmigrantes irlandeses y de otros países hace más de un siglo para garantizar que Nueva York “pertenezca a su gente” está lejos de haber llegado a su fin.

A continuación se encuentra el texto completo del discurso.

"El tema del banquete de esta noche es ‘Construimos esta ciudad’. Dado lo impresionante que fue esa labor, esa es una afirmación audaz, y es merecedora de la bien conocida modestia irlandesa. No hay nada malo con un poco de hipérbole honesta y, aunque realmente los irlandeses tuvieron cierta ayuda para hacer el trabajo, por parte de mucha otra gente, no se discute el hecho de que los trabajadores irlandeses tuvieron una función inmensa y vital en la construcción de esta ciudad.

En 1825, la apertura del Canal Erie, que fue construido por una fuerza de trabajo mayoritaramente irlandesa, destinó a Nueva York a la grandeza, convirtiéndolo en el centro comercial de los Estados Unidos. Entre 1810 y 1910, la población de la ciudad se duplicó con creces cada veinte años, aumentando de 96,000 a 4.7 millones de habitantes. Afortunadamente para Nueva York, ese período coincidió con las grandes olas de emigración de Irlanda, lo que les proporcionó a los padres de la ciudad una fuerza laboral grande y desesperada que estaba lista para ser explotada a gran escala.

Cuando los irlandeses llegaron inicialmente de manera masiva, Nueva York era una ciudad primitiva. El saneamiento público era pésimo. En la década de 1830, la ciudad apestaba tanto que los viajeros podían olerla a seis millas de distancia. Nueva York fue diezmada repetidamente por el cólera y las epidemias de fiebre amarilla. La ciudad no tenía un suministro de agua adecuado, y la gente bebía de pozos contaminados. Las casas eran cajas de yesca y no había un departamento de bomberos confiable. Un solo incendio en 1835 destruyó la parte sudeste de Manhattan.

Entre 1837 y 1842, utilizando principalmente mano de obra irlandesa, la ciudad de Nueva York construyó la represa y el acueducto de Croton, que le proporcionaron a Nueva York agua fresca y limpia. Ese fue el comienzo del magnífico sistema de agua que hoy es la envidia de los municipios de todo el mundo.

Más de la mitad de la fuerza laboral que construyó el Puente de Brooklyn era irlandesa. Los irlandeses también construyeron el Central Park y el Prospect Park de Brooklyn. Los trabajadores irlandeses hicieron en gran medida el trabajo mal pagado, peligroso, agotador y despreciado de cavar y construir el sistema del metro, que aún hoy en día es una de las arterias económicas más importantes de la ciudad. Los túneles, las calles, los puentes, las alcantarillas y muchos de los edificios que surgieron de los bosques y granjas de Manhattan, Brooklyn y Queens están aquí gracias a los trabajadores irlandeses.

Sin embargo, construir la ciudad implicaba mucho más que construir su infraestructura. Las instituciones como los departamentos profesionales de policía, bomberos y saneamiento también tuvieron que construirse a medida que la ciudad crecía en tamaño y complejidad. Y, por supuesto, los irlandeses desempeñaron esas funciones con una distinción legendaria.

El corazón económico de Nueva York era su gran puerto marítimo, y la mayoría de los trabajadores portuarios de la ciudad también eran irlandeses.

En 1855, los irlandeses eran el 80% de los trabajadores de la ciudad de Nueva York. Ellos cargaban el carbón, acarreaban carretas, cavaban zanjas y trabajaban en las fábricas.

Aproximadamente la mitad de la fuerza laboral irlandesa en Nueva York eran mujeres. Debido al efecto devastador de la hambruna en las familias irlandesas, muchas más mujeres solteras emigraron de Irlanda que de otros países. Y estas mujeres irlandesas fueron las que cocinaron y limpiaron para las clases altas y medias de Nueva York. Y muchas trabajaban como mucamas en los hostales de la ciudad.

A pesar de la contribución esencial que estaban haciendo a esta ciudad, Nueva York no les dio la bienvenida a los irlandeses. Todos hemos escuchado las historias sobre los letreros de "No necesitamos irlandeses para trabajar" que se colocaban en las vidrieras de los establecimientos, pero el puro odio y prejuicio que encontraron los inmigrantes irlandeses aquí fue mucho peor que eso.

Los irlandeses fueron denigrados como seres subhumanos racialmente inferiores por los llamados nativos americanos de Nueva York. La prensa general representaba comúnmente los rostros de los irlandeses con rasgos de simios o perros, y muchos artículos fueron escritos usando seudo-ciencia para demostrar que los irlandeses eran de un orden inferior. Los irlandeses a menudo se describían como ‘brutos’, ‘delincuentes’, ‘perezosos’, ‘propensos a la degeneración’ y ‘negros blancos’.

El presidente Teddy Roosevelt llamó a los católicos irlandeses ‘de la primera generación... brutos bajos, venales, corruptos y poco inteligentes’.

El diario Chicago Post comentó: 'Si uno rasca a un preso o un indigente es probable que le haga cosquillas en la piel de un católico irlandés. Ponerlos en un bote y enviarlos a casa pondría fin a la delincuencia en éste país.’

Un historiador muy conocido, Edward Freeman, escribió sobre Estados Unidos en 1881: ‘Esta sería una gran nación si solo cada irlandés matara a un negro y fuera ahorcado por ello.’

En la década de 1850, el 55% de todas las personas arrestadas en la ciudad de Nueva York eran irlandesas. En la década de 1880, los irlandeses constituían el 56% de los enviados a prisión, y el 70% de los internados en Bellevue.

En la segunda mitad del siglo diecinueve, la ciudad de Nueva York era lo que algunas personas equivocadas u olvidadizas de hoy podrían llamar un paraíso de libre mercado. Era un lugar donde los impuestos, los empleados domésticos y los trabajadores de las fábricas eran sumamente baratos. Era un lugar donde los políticos lamían las botas de los ricos y el gobierno no interfería con los negocios. Aunque resulte difícil creerlo, eso no resultó ser una bendición para la mayoría de las personas en Nueva York.

La realidad es que la ciudad de Nueva York no era una tierra de oportunidades en la que un hombre o una mujer podían avanzar solo a través del trabajo duro. Los inmigrantes, incluidos los irlandeses, y los afroamericanos, fueron relegados a barrios marginales sucios y abarrotados, y a una vida de trabajo cruel y penoso por apenas una paga de subsistencia.

Por lo tanto, debemos recordar que, además del trabajo duro, también se necesitaron muchos combates para construir esta ciudad.

Nuestros abuelos y bisabuelos inmigrantes lo entendieron. Organizaron Uniones. Hicieron huelgas. Participaron en marchas. Hicieron ruido. Ocasionaron problemas. Echaron a los políticos que ignoraron sus intereses. Y exigieron reformas radicales y regulación. Cambiaron por completo el orden social en Nueva York.

Los irlandeses tuvieron un papel importante en ese aspecto esencial de la construcción de nuestra ciudad. Trajeron consigo desde Irlanda tácticas como la huelga y el boicot, y una tradición de solidaridad y rebelión, forjada por muchos años de lucha contra los horrores del capitalismo británico.

Juntas, las clases bajas en Nueva York, en su mayoría inmigrantes, incluidos los irlandeses, forzaron a la ciudad a adoptar regulaciones de construcción, normas de salud pública, normas de incendios, normas laborales y a construir una burocracia para hacerlas cumplir. Construyeron un gran sistema de escuelas públicas y una universidad municipal de primera clase, financiada en su totalidad por los impuestos recaudados progresivamente, proporcionándoles a los niños inmigrantes una excelente educación gratuita. Construyeron hospitales públicos que atendían a todas las personas. Construyeron parques para el disfrute de todos, pagados con impuestos y controlados por el gobierno de la ciudad, no por las llamadas "conservaciones" privadas. Construyeron viviendas públicas decentes, piscinas y parques infantiles.

Exigieron y ganaron de los patronos, sueldos altos, días de trabajo de 8 horas, semanas de trabajo de 5 días, vacaciones, permanencia y debido proceso, paga por horas extra, seguro médico gratuito y pensiones, e insistieron en que la ciudad tuviera un servicio civil de alta calidad que funcione para todas las personas, y que se les compense y se les trate de manera justa.

Así fue como se construyó Nueva York, por el trabajo duro, ciertamente, pero igual de importante, luchando para garantizar que la ciudad perteneciera a su gente y no a unos pocos grandes propietarios de tierras, como los señores y damas de los que los irlandeses tuvieron que escapar allá en Irlanda.

Increíblemente, hoy, con un desprecio arrogante a las lecciones de la historia, algunos desean seriamente desmantelar esa ciudad que construimos, si no ladrillo a ladrillo, entonces demoliendo las instituciones humanas, legales y sociales de las que depende la gente de Nueva York. Quieren llevarnos de vuelta al siglo diecinueve. Quieren destruir la educación pública, desregular los negocios, despojar a las personas del derecho a negociar colectivamente, impedir que nos organicemos políticamente y que protestemos de manera efectiva, convertir a la clase media trabajadora en un grato recuerdo y devolverles el control absoluto a los súper ricos.

Si les permitimos hacerlo, debería darnos vergüenza. Mi padre era un estadounidense irlandés, nacido pobre en Brooklyn, quien tuvo éxito en la ciudad que nuestros abuelos y bisabuelos se esforzaron y lucharon por construir. Siempre me dijo que nunca debería olvidar de dónde vengo. Yo sabía que no se refería a nuestro vecindario de Marine Park ni tampoco se refería a Irlanda. Él quería decir que yo desciendo de trabajadores e inmigrantes que tuvieron que luchar contra los prejuicios y las grandes adversidades. Los irlandeses nunca deberíamos olvidar de dónde venimos porque eso es lo que somos.

Estoy seguro de que muchos de ustedes estarán de acuerdo conmigo sobre esto, cuando yo veo esas fotos en blanco y negro de los inmigrantes llegando a la Isla Ellis desde muchos países, no veo los seres subhumanos inferiores que muchos de los llamados nativos americanos vieron. Veo héroes y heroínas con valor y determinación, listos para trabajar y luchar por un futuro mejor. Ellos nos dieron el derecho de decir ‘Construimos esta ciudad’. Así es como yo pienso en mis abuelos y bisabuelos.

Y todavía siguen llegando. Las imágenes ahora son a color. La ropa y el equipaje son diferentes. Llegan a JFK, no a Ellis Island, pero no son diferentes a nuestros abuelos y bisabuelos. Traen con ellos el mismo valor y determinación, y también enfrentan persecución, prejuicio y explotación atroz.

Al igual que nuestros abuelos y bisabuelos, vinieron aquí para construir una vida y un legado para sí mismos que los hijos de sus hijos recordarán con orgullo. Nuestro futuro y el futuro de esta gran ciudad están inexorablemente ligados a ellos. Ellos también son quienes somos nosotros.

De manera que, cuando decimos 'Construimos esta ciudad', recordemos dos cosas: primero, que la palabra 'nosotros' incluye a todos los trabajadores de Nueva York, de Europa, África, Asia, el Pacífico y las Américas; y segundo, que el trabajo de construir esta ciudad y la lucha para garantizar que pertenezca a su gente están lejos de haber llegado a su fin."