Stacey Abrams: “Yo sé que, ahora mismo, votar resulta inadecuado…Sólo les pido que me escuchen” - New York Times
9 de junio de 2020, 6:28 PM
Stacey Abrams, reciente candidata a gobernadora de Georgia, abogada, autora, y potencial opción para Vicepresidente de EEUU, también es la fundadora del grupo a favor del derecho al voto Fair Fight Action ( Acción de Lucha Imparcial, en español) y la activista estadounidense más prominente en la actualidad sobre los derechos de votación.
En este artículo de opinión, ella plantea enérgicamente el argumento poco atractivo de que la manera más importante de promover la causa de la justicia en nuestro país es esforzarse de forma tenaz e incansablemente por hacer que más estadounidenses voten en cada una de las elecciones, y que se opongan ferozmente a la estrategia Republicana deliberada en muchos estados de disuadir a los posibles votantes y de robarnos nuestro derecho a votar.
Estamos de acuerdo y por eso es que exhortamos a todos nuestros miembros a que se inscriban para votar, que se les cuente en el censo, y que se hagan ciudadanos cuando y sí pueden hacerlo.
Puede leer el artículo completo abajo en español.
Stacey Abrams: Yo sé que, ahora mismo, votar resulta inadecuado Sólo les pido que me escuchen.
Esta es una traducción del artículo “Stacey Abrams: Yo sé que, ahora mismo, votar resulta inadecuado”, que se publicó originalmente en el diario New York Times el 4 de junio del 2020. Para leer el artículo original, haga clic aquí.
4 de junio de 2020
Por Stacey Abrams
La Srta. Abrams es la fundadora del grupo por el derecho al voto denominado Fair Fight Action ( Acción de Lucha Imparcial, en español).
Votar resulta inadecuado en nuestros momentos más sombríos. Lo sé.
Cuando uno está presenciando la muerte de un hombre en un vídeo en repetición, oyéndole decir “No puedo respirar”. Cuando esas palabras reflejan lo que dijo otro hombre en sus últimos momentos, habiendo perdido su vida también en manos de la policía. Cuando una mujer que salvaba vidas es asesinada en su casa durante una redada policial fallida. Cuando un hombre negro es asesinado por salir a trotar, quedando sus asesinos libres para celebrar. Cuando uno sabe que hay una lista de muertes tan larga que la mayoría de personas no puede retener en su mente todos los nombres.
Decir que la respuesta es ir a votar y una papeleta resulta no sólo inadecuado, sino irrespetuoso. “Vaya a votar” suena más bien como unn lema y no una solución. Puesto que millones de nosotros hemos votado. Y, aun así, demasiados mueren. El momento requiere muchas cosas de cada uno de nosotros. Yo en lo que estoy concentrada es en la labor de mostrarle a la gente, de una manera concreta, lo que obtenemos con el voto. Y en ser honesta sobre todo el trabajo que requiere el hecho de votar.
En todo los Estados Unidos, los votantes potenciales continúan alejándose o decidiendo no votar, desanimados por la permanencia de la desigualdad y la persistencia de la supresión a los votantes. Su temor se hace realidad una y otra vez mediante historias de vecinos a quienes se les niegan las papeletas provisionales en Georgia y filas que dan la vuelta a las manzanas de la ciudad en Milwaukee debido a que los centros electorales se cierran y no llegan otras alternativas. Al desvirtuar la confianza en el sistema político, la supresión de la era moderna ha cambiado a los perros rabiosos y los policías con palos por leyes restrictivas de identificación de votantes y reglas confusas para participar. Y aquellos que son más vulnerables a la supresión resultan los más susceptibles a traspasar esa desconfianza a los demás.
Ahora, en el noveno día de protestas en todo este país, y en una semana en la que, en la capital de nuestra nación, miles de personas manifestaron frente a la Casa Blanca mientras que en otros lugares en la ciudad cientos de personas esperaban en fila para emitir su voto, tenemos que hablar sobre las desigualdades sistémicas y sus detalles.
¿Cuáles sistemas no funcionan? ¿Cómo los corregimos y qué implica corregirlos a nivel federal, estatal y local? Tenemos que ser granulares a éste punto porque así es como la gente aprende. “Desmantelar la inmunidad calificada”, “aumentar la transparencia de las fuerzas policiales ” y “reformar los métodos de certificación y los estándares de los oficiales de paz” no son los lemas más populares. No como lo es “sólo vote”. Pero en la medida que somos reductores en la manera en que hablemos sobre ello, “sólo vaya a votar”, no nos debe sorprender el rechazo a la solución. Entonces, tenemos que decir, “Y no basta con el voto”.
Votar es un primer paso de un proceso largo y complejo, que es tedioso pero vital. Uno puede tener un auto con todas las opciones modernas pero, si no tiene llantas, uno no puede ir adelante. Así es que tenemos que hablar del proceso completo, y no podemos ser tan simplistas que parezcamos demasiado idealistas.
En 2018, yo me postulé para gobernadora de Georgia, con la meta de crear una nueva coalición de votantes. Antes de que los miembros del personal y los voluntarios que trabajaban en mi campaña en el campo siquiera mencionaran mi nombre, ellos hablaban sobre lo que hace el gobernador. La gente no necesariamente tiene interés en los políticos, pero sí tiene interés en sus propias vidas. Los promotores de salir a votar les explicaban que “el gobernador es responsable de cuánto dinero es destinado a la educación” o “el gobernador decide si se debe expandir Medicaid.”
Uno habla sobre lo que hace el que ocupa el puesto, cómo ese puesto beneficia al pueblo, y cómo las personas puede escoger quién hace esa labor para ellos cuando ellos votan.
En 2020, una mujer pobre en el sur de Georgia, que viva a millas de distancia de un médico o de un hospital, puede descubrir su embarazo demasiado tarde para tomar una decisión. Si ella gana más de $6,000 al año, ella es demasiado rica para cualificar para Medicaid y demasiado pobre para poder costear más nada puesto que el gobernador se niega a expandir el programa. Si esa mujer es negra en Georgia, tiene una probabilidad tres veces mayor de morir de complicaciones durante o después del embarazo que una mujer blanca en la misma situación. Su hijo tiene mayor probabilidad de asistir a escuelas carentes de recursos, encarar el regreso a las políticas de “ser severos contra el crimen” que se enfocan en la gente negra y de color, y vivir en un estado con un salario mínimo de $5.15 la hora. Todo porque su voto no contó en 2018.
En nuestra campaña, aumentamos la participación de los votantes a cifras sin precedentes y logramos incorporar votantes que nunca habían querido participar. Aunque no prevalecimos, tuvimos las elecciones más reñidas en Georgia desde 1966. En el transcurso de esa campaña de 18 meses de duración, conocí americanos escépticos que no confiaban en el gobierno ni creían que sus votos contaban. Sin embargo, 1.9 millones de votantes se presentaron a votar por mí el día de las elecciones, que ha sido el número mayor de votos Demócratas en la historia de Georgia.
Ganamos porque la gente confió, aunque solo haya sido en unas solas elecciones, en quel merecía la pena arriesgarse. En los círculos políticos, lo que logramos se desestimaría como una victoria moral. Estoy totalmente de acuerdo con eso. Puesto que yo aprendí hace mucho tiempo que ganar no siempre significa que uno se lleva el premio. A veces uno logra progreso, y eso cuenta y, en lo que tiene que ver con votar en Estados Unidos, creo firmemente que es la realidad.
El ícono de los derechos civiles, el Representante John Lewis de Georgia, con frecuencia se refiere al derecho a votar como “casi sagrado”. Siendo yo hija de ministros religiosos, entiendo su titubeo al denominar un acto sencillo y secular como sagrado. Votar es un acto de fe. Es algo profundo. En una democracia, es el poder máximo. A través del voto, los pobres pueden acceder a medios financieros, los enfermos pueden encontrar apoyo de cuidado médico, y los agobiados y sobrecargados pueden recibir cierta medida de alivio de una red de seguridad social que ampara a todos. Y estamos dispuestos a ir a la guerra para defender lo sagrado.
Aclaro que no estoy haciendo un llamamiento a una revolución violenta. Eso lo hemos hecho dos veces en la historia de nuestra nación: para reclamar nuestra libertad de la tiranía y cuando luchamos en una guerra civil para reconocer (al menos un poco) la humanidad de los negros esclavizados. Sin embargo, mientras se priva a millones de sus derechos, vivimos la realidad de las consecuencias de la política, desde la contaminación letal que invade las comunidades pobres hasta los alumnos de kindergarten que hacen simulacros de francotiradores activos al tiempo que aprenden rimas infantiles. Me pregunto qué remedio queda. Las preguntas que enfrento diariamente son cómo defender este derecho sagrado y nuestra democracia, y quién será quien lo haga.
Según están las cosas actualmente, por una parte, tenemos un Partido Republicano que cree que ha cumplido con la letra de la ley, habiendo tergiversado las reglas para reflejar meramente su espíritu en lo que corresponde a depurar las listas de votantes y, recientemente, rechazar la votación por correo en el momento de una pandemia global. Por la otra parte, los Demócratas, que es el partido por el que siento lealtad, hablan de una participación cívica integral pero toman pasos inconsistentes para expandir significativamente el electorado y crear infraestructura. Integrada en esta dualidad está una inquietud fundamental: ¿Quiénes tienen derecho a tener ciudadanía completa? Basados en nuestra historia nacional, y desde donde nos encontramos en este momento, la lista es mucho más corta de lo que debería ser.
Ahora mismo, estamos experimentando un cambio cultural enorme, alentado por una transición demográfica que está invadiendo la nación. Según la Oficina del Censo, las personas de color comprenden casi el 40 por ciento de la población estadounidense; los integrantes de la generación del milenio (millennials, en inglés) y de la generación Z son el mayor grupo combinado de edades en el país. Cuando se agregan a los blancos socialmente moderados y progresistas, esa población es una nueva mayoría americana, y su impacto en la vida americana se deja sentir en casi todos los rincones. La diversidad, que describe de manera incompleta esta transformación, ha cambiado cómo nos comunicamos e interactuamos unos con otros, desde el movimiento de las Vidas Negras Importan (Black Lives Matter, en inglés) y la igualdad de matrimonio hasta a los del grupo Dreamers que ponen presión para que se tome acción sobre la inmigración y las mujeres que desafían el silencio sobre al acoso y asalto sexual.
También podemos rastrear una política más sombría e furiosa de esta evolución. Aquellos que perciben la disminución de su influencia relativa están utilizando todas las herramientas posibles para limitar el acceso al poder político. Para aquellos que se aferran a los días de una identidad americana monocromática, esta barrida de cambios genera el miedo fundamental de no ser parte de una América multicultural.
Como la primera mujer negra en la historia que ha ganado unas elecciones primarias para gobernadora para un partido político principal en la historia americana, una que se postuló contra uno de los peores proveedores de la supresión de los votantes y la xenofobia desde George Wallace, yo he presenciado en tiempo real cómo los conflictos en nuestra nación en evolución se convirtieron en tema favoritos de los anuncios publicitarios racistas, una horrenda supresión de votantes, y la mayor participación de votantes de color en la historia de Georgia. No obstante el conteo final de las elecciones, nuestra campaña estimuló a una nueva mayoría americana de una manera estupenda, y probó la resiliencia y el posible destino de nuestra nación.
Todas las noches durante más de una semana, hemos presenciado la angustia y la ira de los manifestantes, sus gritos perforados por los políticos exhortándolos a votar con ese poder. Ambos están correctos. Protestar para exigir atención al dolor desgarrador de la injusticia sistémica. Votar porque merecemos líderes que nos vean, que nos escuchen y que estén dispuestos a tomar acción en respuesta a nuestras exigencias.
Votar no nos salvará del peligro, pero el silencio realmente sí nos condenará a todos.